
El fuego que arrasó con tres vidas en Puerto Montt el pasado 14 de abril sigue dejando una estela de dolor y cuestionamientos profundos. El incendio se originó en una vivienda abandonada, utilizada por personas en situación de calle, y se propagó a una fábrica de empanadas y una panadería colindante. La tragedia no solo reveló la fragilidad de las condiciones habitacionales, sino que también puso en evidencia las tensiones entre distintos actores sociales y políticos sobre cómo abordar este tipo de emergencias y sus causas estructurales.
Desde el primer momento, las autoridades locales y nacionales se vieron enfrentadas al desafío de responder a la emergencia y, simultáneamente, gestionar un problema de fondo: la precariedad habitacional y la falta de políticas efectivas para personas en situación de vulnerabilidad. El alcalde de Puerto Montt señaló que "esta tragedia es un llamado urgente a mejorar la gestión del espacio público y la protección social", mientras que organizaciones sociales criticaron la ausencia de políticas inclusivas y la falta de inversión en viviendas dignas.
Por su parte, expertos en urbanismo y derechos humanos advierten que “la proliferación de viviendas abandonadas y la invisibilización de quienes las ocupan son síntomas de una crisis social más profunda”. Desde esta perspectiva, el incendio no es un hecho aislado, sino la manifestación dramática de una falla sistémica que afecta a las ciudades chilenas, especialmente en regiones como Los Lagos.
En el plano judicial, la Fiscalía Local de Puerto Montt continúa investigando las causas exactas del siniestro, mientras que la comunidad exige mayor transparencia y respuestas concretas. La identificación definitiva de las víctimas, que permaneció pendiente durante semanas, añadió un componente humano que desató una ola de solidaridad, pero también de reclamos por la ausencia de redes de protección social.
Dos bomberos resultaron heridos mientras combatían el fuego, y una persona fue trasladada al hospital con riesgo vital. Este hecho ha generado un debate sobre las condiciones laborales y los recursos con los que cuentan los cuerpos de emergencia en regiones alejadas del centro del país.
Las voces en torno a esta tragedia no solo divergen en cuanto a responsabilidades, sino también en las soluciones propuestas. Mientras algunos sectores abogan por mayor inversión estatal en vivienda social y programas de reinserción, otros apuntan a la necesidad de regularizar la ocupación de espacios públicos y privados, buscando evitar que viviendas abandonadas se transformen en focos de riesgo.
Lo que queda claro, a siete meses del siniestro, es que esta tragedia expone una grieta profunda en la estructura social chilena, donde el abandono y la invisibilización de los más vulnerables pueden tener consecuencias fatales. La conjunción de factores —precariedad habitacional, ausencia de políticas públicas efectivas, y falta de recursos para emergencias— forma un escenario donde el riesgo se incrementa y las víctimas son los más desprotegidos.
Este episodio invita a mirar más allá de la noticia inmediata y a reflexionar sobre las políticas urbanas, sociales y de emergencia que Chile debe repensar para evitar que tragedias similares vuelvan a repetirse.