
Un temblor que sacudió más que el suelo. El 13 de abril de 2025, a las 11:32 horas, un sismo de magnitud 4.9 con epicentro a 55 kilómetros de Tocopilla remeció la región de Antofagasta. La profundidad del movimiento, de 36 kilómetros, no fue suficiente para causar daños mayores, pero sí para poner en evidencia las tensiones latentes entre la percepción de riesgo y la realidad de la preparación ciudadana y estatal.
Desde entonces, han pasado más de siete meses y la historia del sismo ha cobrado dimensiones que exceden la mera estadística. En el escenario, tres actores principales se enfrentan: el Estado, las comunidades locales y la comunidad científica.
Las autoridades nacionales y regionales destacaron la rápida comunicación oficial y las medidas preventivas activadas tras el temblor. “La coordinación con organismos de emergencia fue inmediata, y se activaron los protocolos establecidos para mitigar riesgos,” afirmó el director del Centro Sismológico Nacional (CSN).
Sin embargo, organizaciones sociales y expertos en gestión de riesgos han cuestionado la eficacia real de estas acciones. Desde Tocopilla, líderes comunitarios denuncian una falta de inversión en infraestructura resistente y programas de educación ciudadana adecuados. “No basta con emitir alertas; las familias necesitan recursos y capacitaciones constantes,” sostiene una representante vecinal.
Chile, ubicado en el corazón del Cinturón de Fuego del Pacífico, concentra el 90% de la actividad sísmica mundial más intensa. La convergencia entre la placa de Nazca y la Sudamericana genera una tensión tectónica constante, que se traduce en episodios como el ocurrido en Tocopilla.
“Cada sismo es un recordatorio y una oportunidad para aprender, pero no hay una relación directa entre eventos aislados que permita predecir un gran terremoto inminente,” explica un sismólogo del CSN. Esta aclaración busca contrarrestar temores infundados, pero también revela la dificultad de comunicar ciencia en un contexto social marcado por la ansiedad y la desconfianza.
En el norte de Chile, las comunidades viven con la dualidad de ser epicentro frecuente de movimientos telúricos y al mismo tiempo habitar en territorios con brechas socioeconómicas profundas. La experiencia del sismo ha reactivado debates sobre la equidad en la distribución de recursos para prevención y reconstrucción.
“La resiliencia no es solo resistir el temblor, sino tener el respaldo institucional y social para recuperarse,” señala un académico de la Universidad de Antofagasta.
Este sismo, aunque moderado, desnuda una realidad compleja: la preparación para desastres en Chile no puede ser solo técnica ni comunicacional, debe integrar la dimensión social y política con la misma urgencia. La coexistencia de voces que defienden la gestión estatal y otras que la critican refleja una sociedad que aún debate cómo enfrentar la inevitable naturaleza sísmica de su territorio.
Chile seguirá siendo un país sísmico, y Tocopilla, un punto de alerta. La pregunta que queda es si, tras meses de reflexión, el aprendizaje se traducirá en acciones concretas que reduzcan la vulnerabilidad y fortalezcan la resiliencia de sus habitantes.
Esta historia no concluye con un temblor, sino con la oportunidad —y el desafío— de transformar la tragedia potencial en un compromiso colectivo y sostenido.