
El domingo 13 de abril de 2025, un sismo de magnitud 5.0 (según SHOA) sacudió el Pacífico Sur, ubicado a más de 590 kilómetros al oeste de la Isla Guafo, un territorio deshabitado cercano al archipiélago de Chiloé. El movimiento telúrico se produjo a las 13:15 horas y tuvo una profundidad estimada de 10 kilómetros. Desde el primer reporte, el Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada (SHOA) descartó que este evento reuniera las condiciones para generar un tsunami en las costas chilenas.Esta evaluación se basó en las características del sismo y su distancia del continente.
Este anuncio generó un abanico de reacciones entre las comunidades costeras del sur de Chile, expertos en gestión de riesgos y autoridades locales. Por un lado, sectores políticos y técnicos valoraron la pronta comunicación oficial y la claridad con que se transmitió la información, evitando así alarmas innecesarias. “La transparencia y rapidez en la evaluación del SHOA son cruciales para mantener la confianza ciudadana en momentos de incertidumbre”, señaló un especialista en oceanografía de la Universidad de Concepción.
Sin embargo, algunas voces desde la sociedad civil, especialmente en zonas rurales y pescadores artesanales, expresaron inquietud por la percepción de vulnerabilidad frente a eventos sísmicos recurrentes en la región. “Aunque no haya tsunami, el miedo permanece. La información debe ser acompañada de educación y preparación comunitaria constante”, comentó un dirigente de la Asociación de Pescadores de Chiloé.
Desde una perspectiva política, la cuestión también abrió debates sobre la inversión en infraestructura y sistemas de alerta temprana. Algunos sectores de oposición criticaron la falta de actualización en ciertos equipos de monitoreo, mientras que el gobierno defendió la robustez del sistema vigente y anunció planes para fortalecer la resiliencia costera.
Históricamente, la zona del Pacífico Sur ha sido escenario de numerosos eventos sísmicos, algunos con consecuencias devastadoras, como el megasismo de 1960. Este antecedente pesa en la memoria colectiva y, por ende, en la sensibilidad social frente a cualquier movimiento telúrico, por pequeño que sea.
En conclusión, el sismo del 13 de abril y la rápida descarta del SHOA sobre la amenaza de tsunami dejan en evidencia varias verdades y desafíos para Chile: la capacidad técnica para evaluar riesgos está consolidada, pero la gestión del miedo y la preparación comunitaria aún requieren atención urgente. La interacción entre ciencia, política y sociedad sigue siendo el terreno donde se libra esta batalla silenciosa, con consecuencias tangibles para la seguridad y la confianza ciudadana.
Este episodio reafirma que en un país sísmico como Chile, la información precisa y el diálogo abierto son tan vitales como las propias medidas de prevención física. La tragedia ajena, aunque evitada esta vez, no debe ser motivo para la complacencia sino para la reflexión profunda sobre cómo vivimos y convivimos con la naturaleza que nos rodea.