
Un pulso que se extiende más allá de las cifras y los aranceles. Desde abril de 2025, Chile ha venido sosteniendo una posición firme en las negociaciones con Estados Unidos respecto a los aranceles impuestos en el marco de la guerra comercial global. La crítica central radica en un alegado trato desigual por parte de Washington, que habría aplicado medidas proteccionistas a Chile sin respetar plenamente las condiciones de su Tratado de Libre Comercio (TLC), a diferencia de lo ocurrido con México y Canadá.
El ministro de Hacienda, Mario Marcel, expuso públicamente esta diferencia, señalando que mientras EE.UU. aplicó aranceles del 25% a productos no desgravados en sus TLC con México y Canadá, luego exceptuó esos países de la alza general de aranceles, Chile no habría recibido un trato equivalente. Esta afirmación pone en evidencia un núcleo de tensión en la relación bilateral, que no solo tiene implicancias comerciales, sino también políticas y diplomáticas.
Otro eje de esta negociación es la importancia estratégica del cobre para la industria estadounidense. "Nosotros somos su principal abastecedor de barras de cobre. La competitividad de la industria depende de tener un cobre de calidad, trazable y sin distorsiones como el que obtiene de Chile", afirmó Marcel. Este reconocimiento abre un espacio para Chile, que puede jugar su carta más valiosa en un escenario de tensiones comerciales: la relevancia del metal rojo para la manufactura y la economía estadounidense.
Sin embargo, esta dependencia también expone a Chile a riesgos derivados de la volatilidad de las relaciones comerciales y las políticas proteccionistas de su principal socio.
Desde el Gobierno, la narrativa ha sido la de un llamado a la negociación y a la búsqueda de soluciones mediante el diálogo. La subsecretaria de Relaciones Económicas Internacionales, Claudia Sanhueza, lideró la delegación que se reunió con la Oficina del Representante Comercial de EE.UU., intentando revertir o mitigar las medidas arancelarias.
"No son tanto las medidas arancelarias en sí, sino el efecto contractivo sobre la economía mundial y nuestros socios lo que nos preocupa", explicó Marcel, quien proyecta que los impactos más severos podrían sentirse en 2026 si no se implementa una estrategia adecuada.
En contraste, sectores empresariales y analistas económicos muestran inquietud ante la incertidumbre prolongada. Algunos advierten que la falta de una respuesta rápida y contundente podría erosionar la confianza de inversionistas y afectar el crecimiento económico.
Por su parte, voces críticas dentro de la oposición política y movimientos sociales interpretan esta situación como un síntoma de vulnerabilidad estructural en la economía chilena, que depende excesivamente de la exportación de materias primas y está poco diversificada.
A casi ocho meses de iniciadas las tensiones, se pueden extraer algunas conclusiones claras:
- La vigencia y respeto de los acuerdos comerciales multilaterales no están garantizados en un contexto de tensiones geopolíticas y políticas proteccionistas.
- La posición estratégica de Chile como proveedor clave de cobre puede ser una palanca para negociar mejores condiciones, pero también un punto de fragilidad en caso de escaladas.
- La economía chilena enfrenta un desafío para diversificar sus mercados y productos, a fin de reducir su exposición a shocks externos.
- La política económica debe equilibrar el pragmatismo diplomático con la presión interna para proteger sectores vulnerables y fomentar la innovación.
En definitiva, esta disputa arancelaria ha desnudado tensiones que van más allá del comercio: ponen en jaque la capacidad de Chile para navegar en un mundo donde los tratados ya no garantizan inmunidad frente a decisiones unilaterales y donde la competencia por recursos estratégicos es cada vez más feroz.
El espectador queda ante un escenario en que las cartas están sobre la mesa, y donde la habilidad para maniobrar diplomáticamente y fortalecer la economía interna definirá el desenlace de este capítulo crucial en la historia comercial chilena.