
En abril de 2025, un sistema frontal atravesó el centro-sur de Chile, dejando lluvias concentradas en las regiones de Los Lagos, Aysén y La Araucanía. Según modelos de Meteored, las precipitaciones comenzaron el 11 de abril y se extendieron hasta el 15 del mismo mes, con intensidades variables y pausas temporales. Hoy, a siete meses de aquel episodio, es posible evaluar con mayor claridad sus consecuencias, las respuestas de distintos actores y las tensiones que emergieron en torno a la gestión del evento.
El sistema frontal, un ciclón extratropical que se desplazó desde el mar de Drake hacia el norte, trajo lluvias significativas principalmente a la zona sur del país. Las regiones de Aysén y Los Lagos recibieron las mayores precipitaciones, concentradas en cortos periodos, mientras el centro norte, incluyendo Santiago y Coquimbo, permaneció prácticamente seco. Esta distribución desigual generó cuestionamientos sobre la capacidad de los modelos meteorológicos para anticipar impactos localizados y la preparación de las autoridades regionales.
Desde la perspectiva ambiental, expertos consultados por distintos medios señalan que estos eventos forman parte de la variabilidad climática que afecta a Chile, pero que la intensidad y concentración de las lluvias en el sur podrían estar vinculadas a patrones de cambio climático que favorecen fenómenos más extremos y erráticos. “La irregularidad en la distribución de lluvias evidencia la necesidad de sistemas de alerta y gestión adaptados a las realidades regionales,” comenta la climatóloga María Fernández.
El gobierno central, a través de la Dirección Meteorológica y la ONEMI, destacó la coordinación para enfrentar el sistema frontal, resaltando que “las alertas tempranas permitieron mitigar riesgos y preparar a las regiones afectadas.” Sin embargo, autoridades regionales y comunales en Aysén y Los Lagos manifestaron que la respuesta fue insuficiente y tardía, especialmente en localidades rurales donde el acceso a recursos y evacuación fue complejo.
Por otro lado, sectores agrícolas y forestales reportaron daños importantes debido a la concentración de lluvias en poco tiempo, afectando cultivos y caminos rurales. “La falta de infraestructura adecuada para enfrentar estos eventos nos expone a pérdidas recurrentes,” señaló un representante de la Asociación de Agricultores de Los Lagos.
Este sistema frontal dejó en evidencia la tensión entre la gestión centralizada y las necesidades locales, así como la urgencia de incorporar la perspectiva climática en la planificación territorial y de emergencias. Además, la ausencia de lluvias en el centro norte durante el mismo periodo generó debates sobre la desigualdad hídrica y la vulnerabilidad de distintas regiones ante fenómenos meteorológicos.
A siete meses del evento, no se han registrado grandes avances en políticas públicas específicas para mejorar la resiliencia ante sistemas frontales, aunque sí ha crecido el debate público y académico sobre el tema. La comparación entre las distintas voces y experiencias revela que la tragedia no fue solo meteorológica, sino también política y social, con comunidades que siguen enfrentando las consecuencias materiales y simbólicas de un fenómeno que, aunque previsto, no fue plenamente gestionado.
El sistema frontal de abril de 2025 es un recordatorio de que los fenómenos naturales, cuando se combinan con debilidades institucionales y desigualdades territoriales, pueden profundizar las fracturas sociales y ambientales. La lluvia que cayó en el sur no solo humedeció la tierra, sino que también desnudó las tensiones entre el centro y la periferia, entre la ciencia y la política, y entre la urgencia y la planificación. La lección, a esta fecha, es clara: la gestión del clima requiere no solo pronósticos precisos, sino también un diálogo constante y plural que permita construir resiliencia desde las bases.