
Miles de libaneses salieron a las calles de Beirut el pasado domingo para recibir al Papa León XIV, en una visita enmarcada bajo el lema 'Bienaventurados los que hacen la paz'. Este acto simbólico ocurre justo cuando se cumple un año del frágil alto al fuego entre Líbano e Israel, un cese al fuego que no ha logrado detener completamente los ataques y la violencia en la región.
La llegada del pontífice fue recibida con una mezcla palpable de esperanza y cautela. Para muchos, como Randa Qossayir, una mujer de 45 años que ha enfrentado el cáncer y las dificultades propias de la vida en un país marcado por décadas de conflicto, la visita representa un momento de fortaleza espiritual: 'Significa que Oriente no se siente excluido y que Dios está con nosotros'. Sin embargo, esta esperanza coexiste con un profundo cansancio social: 'Hemos tenido suficientes guerras... es hora de que descansemos', añade.
El recibimiento oficial fue encabezado por el presidente Joseph Aoun, con saludos protocolares y 21 cañonazos, mientras miles de personas se congregaban en diferentes puntos de la capital, especialmente en las rutas hacia el Palacio Presidencial en Baabda. En el trayecto, el Papa fue saludado por grupos como los Scouts Imam Mahdi, vinculados a Hizbulá, organización que días antes había denunciado la violencia israelí en una carta abierta al pontífice.
Esta visita, más allá de su valor simbólico, exhibe las profundas fracturas políticas y religiosas que atraviesan a Líbano. Por un lado, sectores cristianos y jóvenes activos en la Iglesia expresan satisfacción por la presencia papal, como Jane Haswani, quien destacó el reconocimiento del trabajo juvenil en el país. Por otro, la participación de grupos chiíes ligados a Hizbulá y las tensiones con Israel evidencian la complejidad del tablero geopolítico.
Desde una perspectiva regional, la visita del Papa se interpreta como un intento de la Santa Sede por jugar un rol conciliador en un Oriente Medio que sigue marcado por conflictos arraigados y una paz precaria. Sin embargo, analistas advierten que la influencia del pontífice es limitada frente a las dinámicas de poder locales y las agendas de actores externos.
En términos sociales, la peregrinación del Papa ha revitalizado un discurso de reconciliación y diálogo interreligioso, necesario para un país donde las identidades sectarias han sido instrumento y víctima de la violencia. No obstante, la persistencia de ataques y la inestabilidad política generan desconfianza en que una visita, por más significativa que sea, pueda traducirse en cambios concretos a corto plazo.
En síntesis, esta visita papal es un espejo de las esperanzas y contradicciones que definen a Líbano hoy. Es un país que anhela la paz y la estabilidad, pero que sigue atrapado en un ciclo de conflictos y desconfianzas profundas. La presencia de León XIV, con su mensaje de paz, ofrece un respiro simbólico, pero también pone en evidencia que la verdadera transformación requerirá esfuerzos sostenidos y complejos, donde converjan las voluntades internas y externas.
La verdad que emerge es que la paz en Líbano no será un regalo divino, sino una construcción ardua que deberá enfrentar las heridas del pasado, las tensiones actuales y las incertidumbres del futuro. La visita del Papa es un capítulo más en esta historia, con luces y sombras que invitan a la reflexión profunda sobre el destino de una nación que sigue buscando su lugar en el convulso mapa de Medio Oriente.
Fuentes: Cooperativa.cl, testimonios de asistentes, análisis de expertos en política libanesa y relaciones internacionales.