
En abril de 2025, cuando el presidente Gabriel Boric convocó a su gabinete en La Moneda para enfrentar las consecuencias de la escalada de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, pocos podían anticipar la profundidad con que este conflicto remodelaría la economía chilena y su posicionamiento global.El 9 de abril, Donald Trump incrementó los aranceles a China hasta un 125%, paralelamente pausó los gravámenes a países sin represalias comerciales, generando una volatilidad inédita en los mercados.
Desde entonces, Chile ha vivido una montaña rusa económica que expone las múltiples tensiones internas y externas que atraviesa. La volatilidad del peso frente al dólar, que superó la barrera simbólica de los $1.000 en un momento crítico, no solo reflejó una reacción financiera inmediata, sino que evidenció las fragilidades estructurales de un país dependiente de exportaciones y mercados globales.
El dólar alcanzó un pico histórico en abril, para luego estabilizarse cerca de $980 tras la tregua parcial anunciada por Trump. Sin embargo, esta calma momentánea no ha borrado la incertidumbre.
El choque no se limitó a la arena internacional. En Chile, las figuras políticas protagonizaron un verdadero duelo de estrategias y discursos. Por un lado, Evelyn Matthei, desde la oposición, formó un equipo económico para evaluar el impacto y buscar respuestas pragmáticas. Por otro, Carolina Tohá, con un enfoque más crítico, calificó las acciones de Trump como ilegales y urgió a una respuesta activa y coordinada.
"Lo que hace Trump es ilegal y debemos actuar con firmeza", afirmó Tohá, poniendo en el centro la defensa de la soberanía económica. Mientras tanto, Matthei apostó por la cautela y el análisis técnico para no caer en decisiones apresuradas.
Este contraste refleja la tensión política que atraviesa al país, donde la guerra comercial se convirtió en un espejo de las disputas internas por el rumbo económico.
Desde el ámbito técnico, analistas como Diego Barnuevo y Guillermo Araya aportaron matices esenciales para entender el fenómeno. Barnuevo descartó un acuerdo cercano entre EE.UU. y China, anticipando que el conflicto persistirá y afectará el crecimiento mundial.
"Estados Unidos está cerrando su comercio con casi todo el mundo, y podría ser el más perjudicado", señaló Araya, destacando que China, por el contrario, podría aprovechar para fortalecer sus tratados comerciales.
Este diagnóstico sitúa a Chile en una encrucijada: por un lado, enfrenta la presión de un mercado estadounidense cada vez más proteccionista; por otro, vislumbra la posibilidad de expandir vínculos con China y otras economías emergentes.
A siete meses del estallido de esta crisis, se pueden constatar verdades ineludibles. Primero, la dependencia chilena de los mercados externos, especialmente de China y EE.UU., expone vulnerabilidades que requieren una diversificación urgente y estratégica.
Segundo, la respuesta política interna debe superar la polarización y construir consensos que permitan diseñar políticas económicas flexibles y resilientes frente a escenarios globales inciertos.
Finalmente, la guerra comercial ha evidenciado que Chile no puede aislarse de las dinámicas geopolíticas globales. La interdependencia es una realidad que obliga a repensar alianzas, fortalecer la innovación y promover una economía más integrada y menos susceptible a shocks externos.
La inversión anunciada por Apple en EE.UU. y el llamado de Trump a que las empresas regresen a su país son señales de un mundo que se repliega y redefine cadenas productivas. Chile, en este contexto, debe decidir si será un espectador pasivo o un actor estratégico en esta nueva configuración.
El coliseo de la economía global sigue su curso, y en el centro del ruedo, Chile debe jugar su partida con inteligencia y visión de largo plazo.