
Un duelo en la arena global: así puede describirse el enfrentamiento comercial entre Estados Unidos y China que, tras meses de escalada, ha dejado a terceros países en el ojo del huracán. El 9 de abril de 2025, el secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, advirtió que alinearse con China en materia comercial sería como “cavar su propia tumba”, una frase que no solo refleja la dureza del discurso, sino que anticipa un cambio tectónico en las relaciones económicas internacionales.
Estados Unidos impuso aranceles que alcanzan hasta un 104% sobre productos chinos, buscando frenar prácticas que Washington califica como dumping, es decir, la venta de productos a precios inferiores al costo para dominar mercados. La réplica no se hizo esperar: China respondió aplicando recargos de hasta un 84% sobre productos estadounidenses, en una jugada que profundiza la guerra comercial y pone en evidencia la fragilidad del sistema multilateral.
En este enfrentamiento, la retórica de Bessent no solo es un mensaje para Pekín, sino también una advertencia explícita a países europeos y latinoamericanos. “Eso sería como cavar su propia tumba”, dijo, refiriéndose a los riesgos de alinearse con China, lo que ha generado inquietud en economías que dependen tanto de Estados Unidos como del gigante asiático.
Desde el ala política estadounidense, la postura es clara: priorizar la llamada “economía real” por sobre los mercados financieros, que, según Bessent, han sido favorecidos en exceso en las últimas décadas. “Durante demasiado tiempo, la política financiera ha servido a grandes instituciones, a expensas de las más pequeñas. Ya no más”, afirmó, marcando un giro hacia un proteccionismo selectivo.
En China, la respuesta ha sido firme, pero también estratégica. Más allá de los aranceles, Pekín busca fortalecer sus cadenas de suministro internas y diversificar sus socios comerciales, conscientes de que un aislamiento completo sería contraproducente. Expertos regionales señalan que esta dinámica podría empujar a América Latina a redefinir su posición en el tablero global, buscando un equilibrio delicado entre ambas potencias.
Para América Latina, el choque no es solo económico sino también político y social. Países exportadores enfrentan la incertidumbre de mercados fluctuantes, mientras que sectores industriales locales ven amenazada su competitividad. Además, la población siente el efecto en precios y empleos, lo que alimenta debates sobre soberanía económica y dependencia externa.
Diversos analistas advierten que la polarización global puede exacerbar tensiones internas y acelerar procesos de integración regional como respuesta. Sin embargo, otros alertan que la fragmentación podría profundizarse si no se gestionan adecuadamente los vínculos con ambas potencias.
El conflicto comercial entre Estados Unidos y China ya no es un pulso bilateral sino un fenómeno con ramificaciones globales palpables. Las advertencias estadounidenses y la respuesta china evidencian una pugna por redefinir reglas y alianzas, obligando a terceros países a tomar decisiones complejas bajo presión.
La verdad que emerge es que no existen posiciones neutrales en esta partida; cada elección conlleva riesgos y costos. Para América Latina y otras regiones, la clave estará en la capacidad de maniobra, la diversificación y la construcción de estrategias propias que mitiguen la volatilidad y preserven el desarrollo soberano.
Este episodio revela también la necesidad de repensar el sistema comercial internacional, buscando mecanismos que permitan resolver conflictos sin escalar a guerras tarifarias que perjudican a todos. En definitiva, la historia que hoy se escribe es una invitación a la reflexión profunda sobre el futuro de la globalización en un mundo cada vez más fragmentado.
2025-11-11