
Un año y medio después de que el expresidente estadounidense Donald Trump anunciara la imposición de aranceles del 10% a Chile, las secuelas de esa guerra comercial aún se sienten en la economía y la política nacional. El 2 de abril de 2025, en medio del llamado “Día de la Liberación”, Trump confirmó la medida que buscaba gravar exportaciones chilenas en un contexto de represalias arancelarias globales.
Desde entonces, la narrativa se ha ido construyendo en un escenario donde la incertidumbre y la volatilidad financiera se volvieron moneda corriente. El economista Pablo Barberis advirtió que “aquí es donde nos pegará a nosotros fuertemente”. La advertencia no quedó en el aire: las bolsas internacionales, sobre todo en Asia y Europa, sufrieron desplomes que reflejaron el temor a una recesión global, con Chile en el ojo del huracán.
El Gobierno, liderado entonces por el presidente Gabriel Boric, optó por una estrategia que combinó diplomacia, diálogo y preparación técnica. El ministro de Hacienda, Mario Marcel, anunció la creación de un Comité de alto nivel para diseñar una estrategia sobre minerales críticos y diversificar mercados. La apuesta oficial fue clara: evitar la confrontación directa y buscar mecanismos para amortiguar el impacto económico.
Sin embargo, la respuesta no fue unánime. Desde sectores empresariales, especialmente en agroexportación y minería, surgieron voces que denunciaron la falta de rapidez y contundencia en las medidas. “La incertidumbre ha paralizado inversiones y encarecido costos financieros”, señaló un dirigente del sector exportador.
En la sociedad civil, el debate se polarizó entre quienes vieron en la crisis una oportunidad para acelerar la diversificación económica y quienes alertaron sobre el riesgo de mayor dependencia de mercados volátiles y la vulnerabilidad de sectores laborales más expuestos.
A más de 18 meses, la economía chilena exhibe un crecimiento menor al esperado, con sectores exportadores enfrentando una recuperación lenta y desigual. La inflación, aunque contenida, ha sido alimentada por la incertidumbre cambiaria y las fluctuaciones en los precios internacionales.
El Banco Central y el Ministerio de Hacienda han mantenido una vigilancia estrecha, activando mecanismos para estabilizar los mercados financieros y evitar crisis crediticias. Marcel reconoció que “los fondos soberanos han cumplido su rol para amortiguar impactos, aunque la tensión persiste”.
Este episodio deja en evidencia que Chile no está aislado de las turbulencias globales y que su inserción en cadenas de valor internacionales lo expone a riesgos externos que requieren respuestas estratégicas robustas y flexibles.
La guerra arancelaria impulsada por Trump no fue solo un choque puntual, sino un catalizador que reveló la necesidad de:
- Diversificar mercados y productos de exportación.
- Fortalecer la resiliencia financiera y macroeconómica.
- Mejorar la coordinación interinstitucional entre gobierno, sector privado y sociedad civil.
Mientras algunos sectores aún lidian con las secuelas, otros han comenzado a aprovechar la oportunidad para repensar modelos productivos y buscar alianzas internacionales más estables. En definitiva, la historia de esta guerra comercial en Chile es una lección sobre la fragilidad y la capacidad de adaptación en un mundo donde las decisiones de potencias lejanas pueden trastocar el destino local.
Fuentes consultadas: Diario y Radio Universidad de Chile, declaraciones oficiales del Ministerio de Hacienda, análisis económicos de Pablo Barberis, gremios exportadores y seguimiento del Banco Central.
2025-11-13
2025-11-12