
El domingo 19 de octubre, la Región Metropolitana se preparaba para un corte de luz programado por Enel, con un objetivo claro: mantenimiento y mejora del sistema eléctrico. Cinco comunas afectadas, interrupciones controladas y un mensaje de tranquilidad para la ciudadanía. Sin embargo, menos de 24 horas después, el escenario cambió radicalmente.
El lunes 20 de octubre, a las 15:42 horas, una falla en la transmisión ajena a Enel dejó sin suministro eléctrico a más de 550 mil clientes, afectando a múltiples comunas de Santiago y sus alrededores. La magnitud del apagón fue tal que el Metro de Santiago debió suspender el servicio en siete estaciones de la Línea 5 y registrar retrasos en las líneas 4 y 4A. Además, decenas de semáforos quedaron apagados, generando un caos vehicular que obligó a las autoridades a llamar a conducir con precaución.
"La demanda afectada fue de aproximadamente 600 MW, de los cuales se recuperaron 400 MW en las primeras horas", explicó el Coordinador Eléctrico. Sin embargo, la recuperación completa tomó varias horas, dejando a más de 110 mil clientes sin luz al cierre de la jornada.
Este evento no es aislado. En los últimos meses, la Región Metropolitana ha experimentado cortes programados recurrentes, como los ocurridos el 8 y 19 de abril, y el 19 de octubre mismo, con interrupciones que han afectado a entre cinco y siete comunas. La empresa ha argumentado que estas acciones buscan mejorar la calidad del servicio y conectar nuevos clientes, pero la percepción ciudadana y de expertos es otra.
Desde Enel, se insiste en que la falla fue externa y que sus equipos actuaron conforme a protocolos establecidos. "La interrupción se produjo en una línea de transmisión fuera de nuestra operación directa", aclararon. No obstante, la Superintendencia de Electricidad y Combustibles (SEC) ha iniciado una investigación para determinar responsabilidades y evaluar posibles incumplimientos.
En paralelo, expertos en energía advierten que la infraestructura eléctrica chilena enfrenta desafíos estructurales: envejecimiento de componentes, falta de inversión en modernización y una demanda creciente que tensiona el sistema.
"Estos eventos son la punta del iceberg de un sistema que requiere una transformación profunda y urgente", señaló una académica de la Universidad de Chile especializada en energía.
Por su parte, la ciudadanía expresa frustración y preocupación. Vecinos de comunas como La Florida, Maipú y Santiago relatan dificultades para realizar actividades cotidianas, pérdidas económicas en pequeños negocios y riesgos para la seguridad personal ante la ausencia de iluminación pública.
Este corte masivo dejó en evidencia no solo las vulnerabilidades técnicas del sistema eléctrico, sino también las brechas sociales y territoriales que atraviesan la Región Metropolitana. Comunas con mayor densidad poblacional y menor capacidad de respuesta se vieron más afectadas, exacerbando desigualdades.
Además, la interrupción del Metro y el apagón de semáforos mostraron la interdependencia crítica entre servicios básicos y movilidad, elementos esenciales para la vida urbana.
A más de diez días del incidente, la investigación continúa abierta y las autoridades llaman a fortalecer la coordinación entre actores públicos y privados para evitar nuevas crisis.
La gran falla eléctrica del 20 de octubre no fue solo un apagón; fue un espejo que reflejó las tensiones y fragilidades de un sistema que sostiene la vida metropolitana. Mientras las partes buscan explicaciones y responsabilidades, la ciudadanía reclama certezas y soluciones duraderas.
El desafío es claro: modernizar la infraestructura, mejorar la gestión y, sobre todo, construir un sistema eléctrico resiliente que no solo resista, sino que también garantice equidad y calidad de vida para todos los habitantes de Santiago y sus alrededores.