
A más de siete meses desde que Donald Trump anunciara una escalada arancelaria que podría llevar los impuestos a productos chinos hasta un 104%, el conflicto comercial entre Estados Unidos y China ha dejado de ser un simple intercambio de amenazas para convertirse en un enfrentamiento de largo aliento con profundas consecuencias globales.
En abril de 2025, Trump amenazó con imponer un arancel adicional del 50% sobre productos chinos si Pekín no revertía sus medidas que ya incluían un gravamen del 34%. La respuesta oficial del gobierno chino no se hizo esperar: calificó la acción estadounidense como una extorsión y un acto unilateral, anunciando que "China peleará hasta el final" y prometiendo contramedidas firmes.
Este pulso ha generado un escenario donde las dos mayores economías del mundo se enfrentan en un juego de suma cero, con impactos que trascienden las fronteras de ambos países. La tensión ha afectado cadenas de suministro, mercados financieros y ha obligado a gobiernos y empresas a replantear sus estrategias comerciales y geopolíticas.
Desde Washington, la administración Trump ha justificado la medida como una defensa necesaria para proteger la industria nacional y corregir lo que considera prácticas comerciales desleales de China. "Tenemos muchos países que quieren negociar acuerdos justos con nosotros", afirmó Trump, subrayando que no contempla detener la escalada arancelaria.
En Pekín, la narrativa oficial es diametralmente opuesta. El Ministerio de Comercio acusa a EE.UU. de chantaje y extorsión, y ha utilizado incluso la figura de Ronald Reagan para criticar las políticas arancelarias, recordando que el expresidente republicano advirtió en 1987 sobre los daños de tales medidas. Para China, ceder sería mostrar debilidad en un momento de presión económica interna, marcada por una crisis inmobiliaria prolongada y elevado desempleo juvenil.
En América Latina, economistas y analistas advierten que la disputa podría profundizar la volatilidad en los mercados emergentes, dado que la región depende en buena medida de las exportaciones a ambas potencias. Algunos sectores productivos ven una oportunidad para captar nuevos mercados, mientras que otros temen la contracción del comercio global.
"La guerra comercial no es un juego de suma cero para nosotros, pero sí debemos prepararnos para un escenario de incertidumbre prolongada", comenta una experta en comercio internacional de la Universidad de Chile.
Por su parte, ciudadanos comunes han manifestado preocupación por el posible aumento en los precios de productos importados y el impacto en la inflación local, mientras que empresarios buscan diversificar proveedores para mitigar riesgos.
La escalada arancelaria ha confirmado que la relación entre China y EE.UU. no solo es económica, sino un campo de batalla geopolítico donde cada movimiento se mide en términos de poder y legitimidad.
Las medidas de Pekín para fortalecer su mercado interno y las señales de apoyo a los mercados financieros buscan amortiguar el impacto, pero no eliminan la vulnerabilidad ante la pérdida de acceso al mercado estadounidense. Al mismo tiempo, EE.UU. enfrenta el riesgo de encarecer productos para sus consumidores y afectar sectores que dependen de insumos chinos.
Este conflicto ha evidenciado la complejidad de un mundo interconectado donde las decisiones unilaterales pueden tener efectos multiplicadores, y donde las narrativas oficiales se enfrentan en una arena pública que exige comprensión profunda más allá de la inmediatez.
La pregunta que queda es si este pulso comercial evolucionará hacia un diálogo constructivo o si se consolidará como un nuevo paradigma de confrontación global, con consecuencias impredecibles para Chile y el resto del mundo.