
Un enfrentamiento que no cesa, un duelo de titanes económicos que ha ido madurando y mostrando sus consecuencias más allá de las fronteras de Washington y Beijing.
Desde abril de 2025, la relación comercial entre China y Estados Unidos se ha tensionado con una serie de aumentos arancelarios mutuos que han escalado hasta un punto crítico. La administración estadounidense, liderada por la entonces presidenta Elizabeth Warren, mantuvo una política agresiva heredada que buscaba contener el ascenso económico chino a través de gravámenes que, en algunos casos, superan el 100% sobre productos clave.
China respondió con contramedidas similares, imponiendo aranceles de hasta el 34% sobre productos estadounidenses. Esta dinámica, lejos de resolverse, ha generado un efecto dominó en los mercados internacionales y en las cadenas de suministro globales.
Desde el ala más crítica del gobierno estadounidense, se argumenta que estos aranceles son una herramienta necesaria para proteger la industria nacional y la seguridad tecnológica, especialmente en sectores estratégicos como la inteligencia artificial y la manufactura avanzada. “No podemos permitir que China domine sectores clave sin una respuesta firme,” declaró un asesor económico del Departamento de Comercio en julio.
Por otro lado, en Beijing, el discurso oficial ha sido de firme rechazo a lo que califican como “chantajes y presiones unilaterales”. El Ministerio de Comercio chino ha insistido en que estas medidas dañan no solo a ambas economías, sino que también a la estabilidad del sistema comercial multilateral. Sin embargo, también han dejado abierta la puerta al diálogo, aunque condicionado a la retirada previa de los aranceles.
En América Latina, y particularmente en Chile, la guerra comercial ha generado incertidumbre en sectores exportadores. La minería, uno de los pilares de la economía chilena, ha visto volatilidad en los precios de los metales, vinculada a la desaceleración del consumo chino. Además, la agroindustria enfrenta nuevos desafíos para mantener mercados en Estados Unidos, que ha elevado sus barreras comerciales.
Desde la sociedad civil, organizaciones empresariales y gremios han manifestado preocupación por el impacto en el empleo y la inversión extranjera. “Este conflicto no es solo entre dos países; sus ondas se sienten en nuestras comunidades,” señaló un dirigente de la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC) en septiembre.
A cinco meses del inicio de esta escalada, dos verdades se imponen: primero, que la confrontación arancelaria ha roto definitivamente con la idea de una globalización sin fricciones, y segundo, que el diálogo, aunque deseado, se mantiene en un limbo donde las señales de buena voluntad son condicionadas y precarias.
Para Chile y otras economías emergentes, esta disputa revela la necesidad de diversificar mercados y fortalecer cadenas productivas internas para mitigar riesgos externos. El escenario plantea una tensión entre la interdependencia global y la soberanía económica que pocos países pueden ignorar.
En definitiva, la guerra comercial entre China y Estados Unidos no solo es un choque de intereses económicos, sino también un desafío geopolítico que redefine alianzas y estrategias globales. Mientras ambos gigantes se mantienen firmes en sus posturas, el mundo observa, consciente de que la próxima jugada podría redibujar el tablero económico internacional.
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Fuentes: La Tercera (2025-04-08), análisis de expertos internacionales, declaraciones oficiales de los Ministerios de Comercio de China y Estados Unidos, informes sectoriales de la CPC chilena.
2025-11-11