
Mercedes-Benz, la icónica marca alemana, se encuentra en el centro de una tormenta que trasciende las fronteras del sector automotriz. Desde inicios de 2025, la marca ha reconocido públicamente que sobreestimó la velocidad con la que sus clientes adoptarían la electromovilidad. Esta admisión no es menor: significa que la estrella de Stuttgart está obligada a repensar su estrategia en un mercado que no perdona retrasos.
En un contexto donde Mercedes-Benz es la única automotriz europea que, según el informe de Transport & Environment, no cumplirá con los objetivos de emisiones para 2027, la presión aumenta. Mientras BMW y Volvo ya están por delante en la transición, Mercedes lucha por reducir su huella, quedando a unos 10 gramos de CO2 por kilómetro de la meta impuesta por Bruselas.
Este retraso tiene múltiples caras. Por un lado, refleja la resistencia interna a abandonar motores a combustión, un legado que la marca defiende con uñas y dientes. El reciente acuerdo para usar motores BMW en sus híbridos enchufables es un claro síntoma de esta complejidad: 'Más allá de rivalidades históricas, la necesidad lleva a decisiones impensadas', señalan expertos del sector. Mercedes, que posee su propio motor M252, se apoya en la tecnología de un rival para cumplir normativas sin grandes inversiones propias.
Por otro lado, la marca ha invertido en vehículos eléctricos y de bajas emisiones, como la nueva van eléctrica premium VLE que comenzará a producir en 2026, y la llegada a Chile de las eSprinter y eVito, que amplían su portafolio eléctrico. Sin embargo, estos avances conviven con la continuidad de modelos tradicionales, como el renovado Clase G 2025, que mantiene motores diésel y gasolina, aunque ahora con microhibridación para mejorar eficiencia.
En Chile, esta dualidad se siente con fuerza. La presencia de Mercedes-Benz en el segmento premium y comercial es significativa, y la llegada de vehículos eléctricos promete transformar el mercado local. Sin embargo, la transición no es homogénea ni exenta de desafíos económicos y culturales. La infraestructura, la percepción del consumidor y la oferta de financiamiento son variables que aún condicionan la adopción masiva.
Además, la marca enfrenta su propia crisis corporativa global, evidenciada en su retirada de Nissan, que ha generado turbulencias en la industria japonesa y cuestionamientos sobre la viabilidad de sus alianzas estratégicas.
Este escenario ha generado voces encontradas:
- Desde la dirección de Mercedes-Benz, se reconoce la necesidad de adaptarse, pero se evita fijar plazos rígidos para la electrificación, en un intento por no comprometerse a metas que consideran poco realistas.
- Organizaciones ambientalistas y expertos en electromovilidad, como Laura Vélez de Mendizábal (Transport & Environment), insisten en que la marca debe acelerar la transformación para no quedar rezagada y cumplir con los compromisos climáticos.
- Analistas del sector resaltan que la alianza con BMW es una muestra de pragmatismo industrial, pero también un síntoma de las dificultades para innovar internamente.
¿Qué se puede concluir de esta encrucijada?
Primero, que Mercedes-Benz no está sola en este dilema, pero sí es un caso emblemático de la tensión entre tradición y futuro en la industria automotriz. Su historia, marcada por la excelencia en motores a combustión, choca con la urgencia de la electrificación y las regulaciones ambientales.
Segundo, que la transición a la movilidad sostenible es un proceso complejo, no lineal, que exige flexibilidad estratégica y alianzas inesperadas, incluso con competidores.
Finalmente, que el mercado chileno y global observará con atención cómo la estrella alemana navega esta tormenta. Su éxito o fracaso no solo impactará en ventas o emisiones, sino en la percepción de la industria sobre la viabilidad de un cambio profundo y responsable.
Mercedes-Benz enfrenta su mayor desafío en décadas: adaptarse o arriesgarse a perder su brillo en un mundo que ya no tolera demoras.
2025-09-23