Incendio en el corazón de Santiago: ¿qué dejó la tragedia y cómo se enfrenta la ciudad a su vulnerabilidad?

El 7 de abril de 2025, un incendio devastó un departamento en el octavo piso de un edificio ubicado en la intersección de Ramón Corvalán con Carabineros de Chile, frente a Plaza Baquedano. La emergencia movilizó a voluntarios de 10 compañías de bomberos y obligó a la evacuación preventiva de todos los residentes del inmueble, sin que se reportaran víctimas fatales, aunque sí exposición al humo para los afectados.

Este suceso, aunque aislado en su origen, abrió una caja de resonancia sobre la fragilidad de la seguridad en edificios antiguos del centro de Santiago, marcados por estructuras que no siempre cumplen con las normativas vigentes y por una gestión municipal que, según diversas voces, ha sido insuficiente para prevenir riesgos mayores.

Desde el ámbito político, el gobierno regional ha defendido la rápida respuesta ante la emergencia, enfatizando la coordinación entre bomberos y Carabineros. Sin embargo, sectores de oposición y organizaciones vecinales critican la falta de inversión en infraestructura y planes de contingencia que permitan anticipar y mitigar este tipo de desastres en un área densamente poblada y con alta concentración de edificios patrimoniales y residenciales.

“Este incendio expone una deuda pendiente con la seguridad de quienes vivimos y trabajamos en el centro. No basta con apagar fuegos, hay que prevenirlos con políticas claras y recursos adecuados”, señaló un representante de la Junta de Vecinos del barrio.

Por otro lado, especialistas en urbanismo y gestión de riesgos advierten que la complejidad de la zona, con su mezcla de usos residenciales, comerciales y culturales, requiere un enfoque integral que trascienda la emergencia inmediata. “El centro de Santiago es un ecosistema urbano vulnerable, y estos episodios son síntomas de un problema estructural que involucra desde la planificación urbana hasta la educación ciudadana y la fiscalización”, explicó una académica de la Universidad de Chile.

En el plano social, la evacuación y la exposición al humo generaron preocupación entre los residentes, muchos de los cuales han manifestado desconfianza en la capacidad de las autoridades para garantizar su seguridad. La experiencia dejó heridas visibles y otras más profundas: la sensación de fragilidad en un espacio que debería ser seguro y vital para la ciudad.

A ocho meses del incendio, el edificio permanece en proceso de recuperación y revisión estructural, mientras la discusión sobre políticas de prevención y gestión de riesgos en el centro continúa en la agenda pública.

Esta tragedia, aunque sin víctimas fatales, plantea verdades incómodas: la vulnerabilidad urbana no es solo un riesgo latente sino una realidad que se manifiesta en episodios como este. La ciudad se enfrenta a un desafío que no solo requiere apagar incendios, sino repensar el modo en que se habita, regula y protege el espacio público y privado en su corazón.

En definitiva, el incendio en pleno centro de Santiago no es un hecho aislado, sino un espejo de las tensiones y desafíos que atraviesan la capital chilena en materia de seguridad, planificación urbana y calidad de vida de sus habitantes.