
El 2 de abril de 2025 marcó un antes y un después en la historia del comercio mundial. Estados Unidos anunció un aumento generalizado de aranceles, elevando tasas a un 10% para más de 100 países y aplicando tarifas inéditas desde fines del siglo XIX a otros 60. Esta medida, impulsada por el entonces presidente Donald Trump, buscaba proteger la industria nacional y revertir un desequilibrio comercial que, según sus palabras, había afectado a los trabajadores estadounidenses.
Sin embargo, las consecuencias no tardaron en manifestarse. La economía global entró en un periodo de incertidumbre, con caídas abruptas en los mercados y un aumento en la inflación que ya comenzaba a ser contenida tras la pandemia. La llamada «bomba nuclear» al sistema comercial global, como la definió Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI, detonó una reacción en cadena entre las principales economías.
La Unión Europea no tardó en calificar la medida como un duro golpe a la economía mundial, anunciando represalias que buscaban proteger sus intereses y advertir sobre las graves consecuencias para millones de personas. Por su parte, China replicó con un aumento del 34% en sus aranceles a productos estadounidenses, mientras que Brasil aprobó una legislación que faculta al gobierno a tomar medidas recíprocas. El presidente Lula da Silva fue enfático: 'Habrá reciprocidad, este proteccionismo no tiene cabida.'
En Chile, la noticia llegó con un aire de preocupación y cautela. El país, cuya economía ha estado históricamente anclada en la apertura y el libre comercio, enfrenta ahora un escenario complejo. Aunque la tasa del 10% impuesta a Chile es la base fijada por Estados Unidos, aún no se han definido tarifas específicas para sus principales exportaciones, como el cobre y la madera. El gobierno chileno debe navegar con prudencia en este nuevo contexto, donde un menor crecimiento global y mayor inflación podrían agravar el estancamiento económico local.
El presidente Gabriel Boric, durante su gira por India, lanzó duras críticas a Trump, pero expertos coinciden en que la defensa de los intereses nacionales requiere más que retórica. “La protección de Chile en este escenario exige especial prudencia y responsabilidad”, señalan economistas consultados.
Las perspectivas políticas y sociales se dividen claramente. Desde sectores empresariales se advierte sobre el riesgo de perder competitividad y la necesidad de diversificar mercados y productos. En cambio, grupos sindicales y sociales valoran la intención de proteger empleos nacionales, aunque cuestionan la eficacia y el costo de estas medidas.
En el plano internacional, este giro proteccionista se inscribe en una transformación profunda del orden geopolítico y económico que ha regido desde la Segunda Guerra Mundial. Las tensiones entre Estados Unidos, Europa y potencias emergentes como China reflejan un mundo en disputa por el control de recursos, mercados y alianzas.
Verdades ineludibles emergen de esta tragedia económica global. La decisión de Trump no solo alteró las reglas del comercio mundial, sino que expuso las fragilidades de un sistema interconectado y dependiente de la estabilidad y cooperación internacional. La escalada arancelaria ha generado efectos perversos imprevisibles, que han puesto en jaque el crecimiento global y han obligado a países como Chile a replantear sus estrategias económicas.
El coliseo del comercio global está en plena batalla, y los espectadores somos testigos de un choque entre la lógica del proteccionismo y la realidad de una economía que demanda cooperación y apertura. La historia aún está en curso, pero una cosa queda clara: el orden económico mundial que conocíamos ha cambiado para siempre.
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