
El 18 de marzo de 2025, Israel reanudó su ofensiva terrestre en la Franja de Gaza, poniendo fin a una pausa de dos meses en el conflicto que ha marcado la región durante años. La decisión, anunciada por el ejército israelí y respaldada por el primer ministro Benjamin Netanyahu, busca aumentar la presión sobre el movimiento islamista Hamás para la liberación de cerca de sesenta rehenes, vivos o muertos, que permanecen cautivos.
Desde entonces, la zona de Shujaiya, en el este de Gaza, ha sido epicentro de las operaciones militares israelíes, que buscan ampliar una zona de seguridad a lo largo de la frontera con Israel y Egipto. El ejército reportó haber eliminado a numerosos combatientes y desmantelado infraestructuras clave de Hamás, incluyendo un centro de mando y control. Sin embargo, reconoció también la complejidad de la situación al facilitar evacuaciones civiles mediante rutas organizadas.
El primer ministro Netanyahu fue enfático: 'Estamos fragmentando la Franja de Gaza y aumentando la presión poco a poco para que nos devuelvan a los rehenes.' Esta declaración refleja la estrategia de Israel, que apuesta por un desgaste gradual y sostenido, en un escenario donde el alto costo humanitario y político se vuelve cada vez más visible.
Desde la perspectiva palestina, la ofensiva ha sido recibida con condenas y denuncias de violaciones a los derechos humanos. Organizaciones internacionales y gobiernos de la región han alertado sobre el riesgo de una escalada irreversible, que podría agravar la crisis humanitaria en Gaza, donde la infraestructura ya estaba al borde del colapso.
En Israel, la ofensiva ha generado divisiones. Sectores políticos y sociales apoyan la medida como necesaria para la seguridad nacional y la recuperación de los rehenes. Otros, incluyendo voces dentro de la oposición y grupos de derechos humanos, cuestionan la efectividad y el costo moral de la estrategia.
La comunidad internacional, por su parte, se encuentra en un delicado equilibrio. Mientras algunos países respaldan el derecho de Israel a defenderse, otros llaman a la contención y a la búsqueda de soluciones diplomáticas urgentes, conscientes de que la prolongación del conflicto puede desestabilizar aún más la región.
Tras meses de análisis y seguimiento, se constata que la ofensiva no ha logrado aún liberar a los rehenes ni desarticular completamente a Hamás, pero sí ha incrementado la fragmentación territorial y social dentro de Gaza. La estrategia israelí, basada en la presión militar sostenida, ha provocado un escenario donde las consecuencias humanitarias y políticas se entrelazan en un ciclo complejo y doloroso.
Este episodio expone la dificultad de resolver un conflicto que se alimenta de heridas históricas, narrativas encontradas y desafíos geopolíticos profundos. La tragedia humana que se desarrolla ante los ojos del mundo no ofrece soluciones simples ni rápidas, y obliga a los actores a enfrentar la cruda realidad de que, en este coliseo, no hay vencedores claros, solo sobrevivientes con cicatrices profundas.