
En los meses que han transcurrido desde el anuncio inicial de aranceles masivos por parte de la administración estadounidense, la escena internacional ha vivido una suerte de partida de ajedrez donde las piezas se mueven con cautela, pero con una tensión creciente que aún no se disipa.El 3 de abril de 2025, el entonces presidente Donald Trump manifestó una disposición a negociar recortes arancelarios a cambio de "ofertas fenomenales" de otros países, un cambio de tono que, a la distancia, se revela menos una señal de debilidad y más un movimiento estratégico para mantener el control en un tablero global cada vez más complejo.
Desde la perspectiva estadounidense, los aranceles han sido presentados como una palanca para recuperar poder negociador frente a potencias como China y socios tradicionales que han cuestionado las políticas comerciales de Washington. Sin embargo, la volatilidad de los mercados, con caídas abruptas en índices como el S&P 500 y el Russell 2000, mostró el costo interno de esta estrategia. Para sectores productivos y consumidores, el aumento de costos y la incertidumbre han sido una carga palpable.
Por otro lado, voceros del gobierno estadounidense insistían en que esta política era un "gran poder para negociar", y que la caída de las tasas de interés y los precios de la energía eran señales positivas para la economía. Sin embargo, economistas y analistas internacionales advierten que este equilibrio es frágil y que la presión sobre cadenas globales de valor podría intensificarse.
Uno de los capítulos más emblemáticos de esta historia ha sido la amenaza de desinversión forzada de TikTok, propiedad china, en Estados Unidos. Trump condicionó un posible alivio arancelario a la aprobación por parte de Beijing de esta venta, una jugada que ha puesto en evidencia la intersección entre seguridad nacional, tecnología y comercio.
Desde China, la respuesta ha sido ambivalente: mientras algunos sectores abogan por la negociación pragmática para evitar mayores daños económicos, otros ven esta exigencia como una imposición inaceptable. Para la opinión pública china, la medida fue percibida como un acto de presión política más que una cuestión comercial.
La política arancelaria estadounidense no solo ha tensado la relación con China, sino que también ha generado fricciones con aliados tradicionales. Israel, por ejemplo, eliminó sus aranceles a productos estadounidenses, pero la respuesta de Washington fue imponer una tasa del 17%, un gesto que sorprendió y generó críticas dentro de la comunidad diplomática.
En Europa, la imposición de tasas diferenciadas, con un 10% para Reino Unido y un 20% para países de la Unión Europea, ha sido interpretada como un intento de dividir bloques y negociar desde una posición de fuerza. Voces políticas europeas han denunciado esta estrategia como un riesgo para la cohesión y la estabilidad comercial.
A más de ocho meses de aquel anuncio inicial, queda claro que la política arancelaria estadounidense ha sido un juego de poder con riesgos y costos significativos, tanto internos como externos. La disposición a negociar recortes arancelarios no ha desembocado en acuerdos definitivos, sino en un escenario de negociaciones fragmentadas y tensiones latentes.
Para Chile y la región, este contexto implica desafíos y oportunidades. La volatilidad global y la redefinición de alianzas comerciales obligan a repensar estrategias de inserción internacional y diversificación de mercados.
Finalmente, esta historia muestra que el poder en la economía global no solo se ejerce con medidas económicas, sino con una combinación de diplomacia, presión política y maniobras estratégicas. Como espectadores de este coliseo, queda la lección de que los movimientos en la arena internacional rara vez son lineales y que la paciencia y el análisis profundo son esenciales para comprender sus verdaderas dimensiones.