
En abril de 2025, el entonces presidente estadounidense Donald Trump implementó una ronda de aranceles recíprocos sobre importaciones de diversos países, marcando un punto de inflexión en el comercio global.El 9 de abril, entraron en vigencia tasas que alcanzaron hasta un 46% para Vietnam y un 34% para China, mientras que Chile quedó en el extremo inferior con un impuesto del 10%, el mínimo establecido por Washington. Más de ocho meses después, el impacto de estas medidas se revela con matices complejos y consecuencias que aún se debaten en distintos ámbitos nacionales e internacionales.
Desde un enfoque macroeconómico, la tasa del 10% para Chile fue recibida inicialmente con relativa calma. Sin embargo, el sector exportador comenzó a sentir la presión en la competitividad de ciertos productos, especialmente en mercados sensibles a precios como el agrícola y el vitivinícola. “Aunque el arancel parezca bajo, en un mercado globalizado y saturado, cada punto porcentual puede significar la diferencia entre ganar o perder contratos,” explica un economista de la Universidad de Chile.
Por otro lado, las empresas importadoras enfrentaron un aumento en el costo de insumos, lo que generó un efecto dominó en la cadena productiva local. La Cámara de Comercio señaló que “este impuesto ha tensionado los márgenes de ganancia y ha obligado a buscar alternativas en proveedores regionales.”
En el espectro político, la medida dividió opiniones. Desde la derecha, se defendió la postura de mantener acuerdos bilaterales y buscar negociaciones para reducir la carga arancelaria, enfatizando la necesidad de proteger la apertura comercial. En contraste, sectores de izquierda y movimientos sociales interpretaron el arancel como un síntoma de la vulnerabilidad de Chile ante políticas proteccionistas externas, y un llamado a fortalecer la producción nacional y la diversificación económica.
“Este episodio expone la fragilidad de depender de mercados externos y la urgencia de una estrategia soberana,” señaló una representante de organizaciones sindicales.
En regiones exportadoras como O’Higgins y Maule, la medida tuvo un efecto tangible en la economía local. Productores y trabajadores agrícolas reportaron incertidumbre y la necesidad de ajustar planes productivos. Sin embargo, también emergieron iniciativas para innovar en valor agregado y buscar nuevos mercados, impulsadas por la percepción de que la dependencia de Estados Unidos podría ser riesgosa.
Ciudadanos consultados expresaron una mezcla de preocupación y pragmatismo. “Sabemos que somos parte de un sistema global complejo, pero estas medidas nos hacen sentir la precariedad de nuestra posición,” comentó un agricultor de Rancagua.
A más de medio año de la imposición de estos aranceles, se puede afirmar que, aunque el impacto directo sobre Chile fue moderado, la medida sirvió como un catalizador para repensar estrategias comerciales y productivas. La experiencia reveló que la economía chilena, aunque integrada globalmente, no está exenta de vulnerabilidades ante decisiones políticas externas.
Además, la diversidad de reacciones políticas y sociales evidencia una tensión latente entre mantener la apertura internacional y fortalecer la resiliencia interna. Este desafío permanece vigente y será crucial para las futuras políticas económicas del país.
En definitiva, la historia de los aranceles de Trump en Chile no es solo un capítulo más de la guerra comercial global, sino una invitación a mirar con distancia y profundidad las dinámicas que moldean nuestro comercio y sociedad en un mundo cada vez más incierto.
2025-11-13
2025-11-12