Un ritual que vuelve cada año y que en 2025 ha reavivado viejas disputas. El cambio de hora en Chile el pasado 30 de marzo no solo modificó relojes, sino que puso en escena un choque de intereses, percepciones y evidencias científicas que aún no encuentran consenso.
Desde su implementación, esta medida ha oscilado en la opinión pública y política chilena entre ser vista como un mecanismo para optimizar el uso de la luz natural y un factor que altera el bienestar ciudadano. El Ministerio de Energía defendió el cambio argumentando ahorro energético y mejor sincronización con el horario internacional. Sin embargo, desde sectores de la salud y académicos, la crítica ha sido dura: "Los trastornos del sueño y sus consecuencias en la salud mental y física no pueden ser subestimados", advierten especialistas de la Universidad de Chile.
En el ring político, el combate fue frontal. El gobierno central impulsó la norma con énfasis en la eficiencia energética y la competitividad económica, mientras que voces opositoras y representantes regionales, especialmente del sur del país, denunciaron falta de consulta y efectos adversos para la agricultura y la vida familiar. En particular, campesinos y comunidades rurales señalaron que "la desconexión entre el reloj oficial y el ciclo solar afecta nuestras rutinas y productividad".
Desde Magallanes a La Araucanía, la reacción ciudadana fue heterogénea. Encuestas posteriores al cambio revelaron que un 43% de los encuestados reportó dificultades para adaptarse, con un impacto mayor en niños y adultos mayores. Mientras en Santiago el debate gravitó en torno a la economía y la modernidad, en regiones el foco estuvo en el bienestar y la tradición.
Históricamente, Chile ha oscilado entre distintos horarios y ajustes, reflejo de un país que busca equilibrar sus múltiples realidades geográficas y sociales. Este episodio no es sino la última ronda de un combate que ha atravesado gobiernos, desde dictaduras hasta democracias, y que sigue sin un claro vencedor.
Verdades que emergen tras el pulso:
- El cambio de hora genera efectos medibles en salud y productividad, aunque no uniformes.
- La decisión política se enfrenta a la complejidad territorial y social del país.
- La ausencia de un diálogo amplio y participativo amplifica la polarización.
En definitiva, el ajuste horario de invierno 2025 dejó en evidencia que la gestión del tiempo público no es solo una cuestión técnica, sino un campo de batalla donde convergen ciencia, política y cultura. La pregunta que queda flotando es si Chile podrá encontrar una fórmula que respete sus diversidades y necesidades, o si seguirá repitiendo este ciclo con consecuencias previsibles y disputas abiertas.
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