
Un experimento a contrarreloj
El 20 de enero de 2025, Elon Musk asumió la co-lideranza del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), un organismo creado para reducir la burocracia y los gastos innecesarios en la administración pública estadounidense. El encargo, impulsado por la administración Trump, prometía una revolución en la gestión estatal, con Musk y el excandidato presidencial Vivek Ramaswamy al mando.
Sin embargo, la historia tuvo un desarrollo fugaz: el magnate solo estuvo disponible como asesor por un máximo de 130 días, según confirmó el propio Trump en abril de ese año, anticipando el cierre o transformación del DOGE tras la salida de Musk.
Luces y sombras en la gestión
Desde su inicio, el DOGE estuvo marcado por una serie de decisiones controvertidas. Por un lado, se despidieron a decenas de miles de funcionarios públicos y se desmantelaron agencias como la USAID, acciones que generaron alarma en sectores laborales y sociales.
“Estamos viendo la punta del iceberg, pero hay más”, advirtió Marcelo Lagos, analista político, refiriéndose a los efectos a largo plazo en la estructura estatal.
Por otro lado, defensores del DOGE resaltan que la iniciativa puso sobre la mesa la urgencia de modernizar un aparato burocrático considerado ineficiente y costoso. Musk mismo prometió máxima transparencia, con publicaciones públicas de los gastos y decisiones del organismo.
Perspectivas encontradas
Desde la derecha política, la apuesta fue vista como un paso audaz para reducir el tamaño del Estado y fomentar la eficiencia. Trump destacó que los jefes de agencias federales habían aprendido mucho y que algunos querrían mantener parte del equipo del DOGE.
En contraste, voces sindicales y de la izquierda alertaron sobre el impacto social de los despidos masivos y la pérdida de capacidades estatales, temiendo que la reducción acelerada comprometa servicios públicos esenciales.
Además, expertos en administración pública cuestionaron la viabilidad de un modelo liderado por un empresario con escasa experiencia en gestión estatal, señalando que la complejidad del Estado no puede abordarse con soluciones empresariales simplistas.
Conclusiones y consecuencias visibles
A ocho meses desde el inicio del proyecto, queda claro que el DOGE fue un experimento político con un ciclo corto y un impacto polarizador. La salida de Musk marcó el fin de su rol activo, y el futuro del departamento es incierto.
Lo que queda en evidencia es la tensión entre la necesidad de modernizar la administración pública y la resistencia que generan las reformas abruptas que afectan a miles de trabajadores y servicios.
Este episodio también plantea interrogantes sobre el papel de figuras empresariales en cargos públicos y hasta qué punto la lógica del mercado puede aplicarse a la gestión estatal sin consecuencias sociales negativas.
En definitiva, el caso DOGE y Musk en el gobierno estadounidense es una historia de promesas, desencuentros y una lección sobre los límites y riesgos de la innovación política impulsada desde el poder ejecutivo sin un consenso amplio ni un plan de transición claro.
2025-11-12
2025-11-13
2025-11-12