El cambio de hora en Chile, implementado el pasado 31 de marzo de 2025, sigue siendo un tema de controversia y discusión profunda a más de ocho meses de su aplicación. El ajuste adelantó una hora el reloj en la mayoría de las regiones del país, con excepción de algunas zonas insulares que mantuvieron su horario habitual. Lo que parecía una medida técnica para optimizar el uso de la luz natural y ahorrar energía, se transformó en un escenario de tensiones sociales, económicas y políticas que aún hoy reverberan en distintos sectores.
Desde el inicio, las posturas se dividieron con fuerza. Por un lado, el gobierno y sectores productivos defendieron el adelanto horario como un mecanismo para potenciar la productividad y reducir el consumo energético, especialmente en la industria y el comercio. “La medida busca alinearnos con prácticas internacionales y aprovechar mejor las horas de luz, generando beneficios económicos evidentes”, afirmó un representante del Ministerio de Energía.
Sin embargo, gran parte de la ciudadanía y expertos en salud y educación expresaron preocupación por los efectos negativos en la calidad de vida, el sueño y el rendimiento escolar. “El cambio abrupto afecta el ritmo circadiano, especialmente en niños y adultos mayores, con consecuencias que se reflejan en la salud mental y física”, explicó una académica de la Universidad de Chile.
El debate no es homogéneo en todo el territorio. En el norte, donde las horas de luz natural varían menos a lo largo del año, el cambio fue recibido con escepticismo y reportes de desajustes en la rutina diaria. En contraste, en el sur, donde las jornadas de luz son más extremas, algunos sectores valoran la medida por prolongar las tardes para actividades recreativas y comerciales.
Además, comunidades rurales y pueblos originarios manifestaron que el cambio no considera sus ritmos culturales y laborales, agregando una dimensión de inequidad y exclusión en la discusión. “Nuestra relación con la naturaleza y el tiempo no se ajusta a un reloj impuesto desde Santiago”, señaló un líder mapuche.
En el Congreso, la medida ha sido objeto de interpelaciones y propuestas para flexibilizar o incluso revertir el cambio en ciertas regiones. Las críticas apuntan a una falta de consulta amplia y a la ausencia de estudios previos que consideren el impacto integral.
Organizaciones sociales han impulsado campañas para informar sobre los efectos del cambio y promover un debate informado, mientras que medios regionales han recogido testimonios que evidencian tanto beneficios como perjuicios.
Tras meses de implementación y análisis, algunas verdades emergen con claridad. Primero, el cambio de hora no es una solución mágica para el ahorro energético ni para mejorar la productividad sin costos sociales. Segundo, la diversidad geográfica y cultural de Chile exige políticas más flexibles y adaptadas a las realidades locales.
Finalmente, el episodio revela una tensión estructural en la toma de decisiones públicas: la necesidad de equilibrar eficiencia económica con bienestar social y respeto cultural. En este escenario, el cambio de hora se convierte en un espejo donde se reflejan las complejidades y desafíos de un país que busca armonizar modernidad con diversidad.
El debate continúa y, más allá del reloj, invita a una reflexión profunda sobre cómo concebimos el tiempo, la vida y el progreso en Chile.
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