
Una caída abrupta y sorpresiva sacudió las estadísticas sociales de Argentina en la segunda mitad de 2024. La pobreza urbana se redujo del 52,9% al 38,1%, un descenso de 14,8 puntos porcentuales que representa un alivio para millones, pero que también abrió un intenso debate sobre su significado real y sus causas profundas.
Esta notable baja se produjo tras un primer semestre marcado por un aumento histórico de la pobreza, el más alto desde 2003, en medio de una inflación descontrolada y ajustes económicos severos. Sin embargo, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) reportó que la indigencia también cayó 9,9 puntos, situándose en 8,2%.
Para el gobierno de Javier Milei, este cambio es la prueba palpable de que sus reformas económicas y la lucha contra la inflación están dando frutos. 'La fuerte caída en los índices de pobreza e indigencia se debe a las profundas reformas económicas impulsadas por el presidente Javier Milei', afirmó un comunicado oficial. El Ejecutivo sostiene que la estabilidad macroeconómica y la eliminación de restricciones han liberado el potencial económico del país.
No obstante, expertos sociales y sectores críticos advierten que la caída podría ser más una corrección estadística que un cambio estructural real. Señalan que la medición se basa en ingresos declarados y que la inflación, aunque desacelerada, sigue erosionando el poder adquisitivo de los hogares. Además, la pobreza sigue siendo especialmente alta entre los niños, con más del 50% de los menores de 14 años afectados.
'No podemos celebrar una baja en la pobreza que no se traduzca en mejoras palpables en la calidad de vida de las familias más vulnerables', sostiene una académica especializada en políticas sociales de la Universidad de Buenos Aires.
Por su parte, organizaciones sociales y sindicatos exigen políticas públicas más robustas y enfocadas en la protección social, temiendo que la narrativa oficial oculte desafíos aún pendientes.
Lo que está claro es que el ingreso familiar promedio creció un 64,5% en el segundo semestre, superando ampliamente el aumento de la canasta básica alimentaria y total, lo que sugiere una mejora relativa en el acceso a bienes y servicios básicos. Sin embargo, la desigualdad persiste y la pobreza infantil sigue siendo una herida abierta.
Este episodio revela la tensión entre la economía de mercado y la justicia social, entre la rapidez de las cifras y la profundidad de las transformaciones. La caída de la pobreza en Argentina es un respiro, pero también un desafío para que todas las voces sean escuchadas y los resultados se traduzcan en bienestar real y duradero.
En definitiva, la historia de la pobreza en Argentina no termina con un número, sino con la capacidad del país para convertir esas cifras en políticas efectivas y equitativas que no dejen a nadie atrás.