
Venezuela vive un pulso que trasciende sus fronteras. Desde hace 22 semanas, Nicolás Maduro denuncia una agresión que califica como "terrorismo psicológico" por parte de Estados Unidos, que ha desplegado una importante presencia militar en el Caribe y ha impuesto restricciones aéreas que han paralizado la conectividad internacional del país. Esta situación ha derivado en una crisis multidimensional, que combina la presión militar, el aislamiento económico y una disputa geopolítica en torno a las vastas reservas petroleras venezolanas.
En medio de esta presión, Maduro ha emergido con una estrategia clara: reafirmar su control político y militar. El 1 de diciembre, en una concentración frente al Palacio de Miraflores, anunció la creación de un nuevo buró político integrado por 12 dirigentes clave de su régimen, entre ellos Diosdado Cabello, Delcy Rodríguez y Cilia Flores. Esta instancia tiene como objetivo conducir "al más alto nivel" las fuerzas políticas y sociales del chavismo, en lo que se interpreta como un movimiento para centralizar el poder y blindar la revolución bolivariana ante las amenazas externas.
Simultáneamente, Maduro ha impulsado la organización de los "Comandos Bolivarianos de Base", milicias civiles con entrenamiento militar, que operan como células territoriales para controlar y defender el espacio nacional. "Hemos vivido 22 semanas de terrorismo psicológico, que nos han puesto a prueba", afirmó Maduro, destacando que esta situación ha servido para fortalecer la capacidad defensiva del país.
En una carta enviada a la OPEP, Maduro denunció que Estados Unidos pretende apoderarse de las "vastas reservas de petróleo" de Venezuela mediante la fuerza militar. El despliegue en el Caribe incluye más de 14 buques de guerra, entre ellos el portaviones más grande del mundo, y una serie de bombardeos contra supuestas narcolanchas que Caracas califica de "asesinatos extrajudiciales". Para Washington, estas acciones buscan frenar el narcotráfico, pero para Caracas y diversos analistas, la intención real es desestabilizar al gobierno y forzar un cambio político.
La escalada incluye la declaración del espacio aéreo venezolano como "cerrado" por parte de EE.UU., lo que ha provocado la suspensión de vuelos internacionales y el bloqueo de facto que afecta la movilidad de miles de venezolanos en el exterior.
Desde la oposición venezolana, aunque fragmentada, se observa con preocupación el endurecimiento del régimen y la militarización de la sociedad, que profundizan la crisis humanitaria y limitan las posibilidades de diálogo. Por otro lado, sectores internacionales de izquierda y algunos países aliados defienden la soberanía venezolana y critican la intervención estadounidense.
En la región, la tensión ha generado inquietud por un posible conflicto armado que podría desestabilizar el Caribe y América Latina, además de afectar los mercados globales de energía.
Este episodio evidencia la compleja interrelación entre geopolítica, recursos naturales y legitimidad política en Venezuela. La estrategia de Maduro de consolidar su poder interno y denunciar la agresión externa ha logrado cohesionar a su base, pero también ha profundizado el aislamiento internacional y la crisis interna.
Para Estados Unidos y sus aliados, la presión busca debilitar al régimen chavista, aunque a costa de agravar la crisis humanitaria y la fragmentación política.
En este escenario, la verdad compleja es que la estabilidad regional, la seguridad internacional y el bienestar de millones de venezolanos dependen de una salida política que aún parece distante, atrapada entre la fuerza y la resistencia, en un coliseo donde el espectador es testigo de una tragedia que no cesa.