
Un nombre con historia y advertencias
En 1997, Mark Gubrud, un joven investigador obsesionado con la nanotecnología y sus peligros, presentó un término que pasaría a ser fundamental en el campo de la inteligencia artificial: la "inteligencia artificial general" (IAG). Pero su propuesta no era solo técnica, sino una alerta: "Las tecnologías avanzadas redefinirán los conflictos internacionales, haciéndolos potencialmente más catastróficos que la guerra nuclear". En un artículo poco difundido, Gubrud definió la IAG como sistemas que igualan o superan la inteligencia humana en complejidad y velocidad, capaces de razonar y operar en cualquier ámbito donde se requiera inteligencia humana.
Sin embargo, este concepto fue inicialmente ignorado y no tuvo eco en la comunidad científica, que en esos años atravesaba un "invierno de la IA". La definición de Gubrud quedó en el olvido, mientras que otros investigadores buscaban etiquetas para describir una inteligencia artificial más amplia y ambiciosa que los sistemas expertos tradicionales.
Un término que renace y se consolida
A inicios de los 2000, figuras como Ben Goertzel, Shane Legg y Pei Wang retomaron la idea de una inteligencia artificial que no se limitara a tareas específicas, sino que tuviera capacidades generales. Fue Legg quien propuso añadir el adjetivo "general" para distinguirla, y así nació la IAG como término consolidado en la comunidad. Esta denominación ganó terreno con la publicación del libro "Artificial General Intelligence" y la creación de conferencias especializadas.
"Nunca mencioné IAG en mi tesis porque pensaba que sería demasiado controversial", recuerda Legg, cofundador de DeepMind, la empresa de Google que ha liderado avances en IA en la última década.
Disonancia entre el creador y la industria
Mientras la IAG se convertía en el motor de inversiones multimillonarias y debates políticos globales —con Estados Unidos y China en carrera por liderar esta tecnología—, Mark Gubrud quedó al margen. Su preocupación original no era la innovación ni la competencia, sino los riesgos de una carrera armamentista descontrolada con estas tecnologías.
"Acepto el mérito de haber dado el nombre, pero no participé en el desarrollo ni en la promoción. Mi objetivo era advertir sobre los peligros, no impulsar la tecnología", explica Gubrud, quien hoy vive alejado de la escena tecnológica y dedica tiempo al cuidado de su madre.
Perspectivas diversas sobre la IAG
Desde la academia y la industria, la IAG es vista como la próxima frontera que podría transformar la economía, la ciencia y la sociedad. Sin embargo, existen voces críticas que advierten sobre los riesgos éticos, sociales y de seguridad que implica la creación de inteligencias artificiales con capacidades humanas o superiores.
En Chile y el mundo, este debate se ha intensificado en los últimos años, con gobiernos y organismos internacionales intentando establecer marcos regulatorios y políticas públicas para controlar su desarrollo.
Conclusiones y enseñanzas
La historia del término "inteligencia artificial general" es un ejemplo de cómo las ideas pueden surgir en contextos inesperados y con motivaciones diversas, para luego ser adoptadas, transformadas y, a veces, distorsionadas por la industria y la política.
El legado de Gubrud nos recuerda que detrás del avance tecnológico hay advertencias que no deben ser olvidadas. La IAG no solo es un desafío técnico, sino también un dilema ético y social que exige reflexión profunda y pluralidad de perspectivas.
En definitiva, entender la IAG con distancia temporal y contexto completo, como hoy podemos hacerlo, nos permite apreciar no solo su potencial revolucionario, sino también las responsabilidades que conlleva su desarrollo.
---
Esta crónica se basa en el reportaje original de WIRED (2025-11-03) y análisis complementarios para ofrecer una visión profunda y plural sobre el origen y evolución del concepto de inteligencia artificial general.