
El drama en la Ruta 24, kilómetro 29, en la comuna de María Elena, Región de Antofagasta, no solo dejó un saldo trágico de tres muertos y 12 heridos, sino que expuso con crudeza las vulnerabilidades del sistema vial y de transporte en el norte de Chile. El accidente ocurrió el 27 de marzo de 2025, cuando un camión colisionó contra un minibús que trasladaba 15 personas, incluyendo al conductor. La fuerza del impacto fue tal que dejó a varios heridos de diversa consideración, quienes fueron trasladados al Hospital de Calama para atención especializada.
Desde entonces, la investigación de Carabineros, a través de la Sección de Investigación de Accidentes de Tránsito (SIAT), ha buscado esclarecer las causas exactas del siniestro, sin que hasta la fecha se haya emitido un informe definitivo. Equipos de emergencia como SAMU y Bomberos trabajaron en el lugar para asistir a las víctimas.
El episodio ha abierto un debate intenso en la región y en el país. Por un lado, autoridades locales y regionales han señalado la necesidad de mejorar la infraestructura vial, especialmente en rutas que soportan un tráfico creciente debido a la actividad minera y el transporte de pasajeros. "Este accidente es una alerta roja sobre el estado de nuestras carreteras y la falta de medidas preventivas efectivas", afirmó un representante del Gobierno Regional de Antofagasta.
En contraste, sectores sociales y organizaciones de víctimas cuestionan la gestión estatal y la fiscalización del transporte interurbano. Una agrupación de familiares de víctimas señaló que "no basta con lamentar, sino que es urgente implementar políticas que protejan a las personas, no solo a los vehículos o empresas".
Representantes del sector transporte han puesto énfasis en la complejidad de operar en zonas con condiciones climáticas y geográficas extremas, apuntando a la necesidad de capacitación y regulación más estricta para conductores y empresas. Sin embargo, reconocen que la infraestructura vial es un factor crítico que debe ser abordado con urgencia.
Desde la mirada económica, expertos advierten que la seguridad vial es un pilar para el desarrollo sostenible de la región, clave para la minería y el comercio, pero que no puede estar supeditada exclusivamente a intereses productivos. Según un análisis del Centro de Estudios Regionales del Norte Grande, "la tragedia pone en evidencia un sistema fragmentado donde la inversión en seguridad vial no acompaña la expansión económica".
A casi nueve meses del accidente, las investigaciones oficiales siguen abiertas, pero el caso ya ha dejado lecciones claras. Primero, la necesidad de una mirada integral que combine infraestructura, regulación y educación vial. Segundo, la urgencia de incorporar a las comunidades afectadas en la toma de decisiones para evitar que tragedias similares se repitan. Y tercero, la importancia de un debate público informado que confronte las diferentes perspectivas sin diluir los conflictos, sino entendiendo que solo desde esa tensión se puede avanzar hacia soluciones efectivas.
Este accidente es un espejo de las fragilidades de un sistema que, hasta ahora, ha dejado a las víctimas y sus familias en el centro de una tragedia que pudo evitarse. La pregunta que queda en el aire es si Chile estará dispuesto a aprender de ella.