
Un choque de voluntades en el tablero diplomático más tenso del siglo XXI. Desde finales de noviembre de 2025, Estados Unidos ha promovido una propuesta de paz para poner fin al conflicto que desde 2022 enfrenta a Ucrania y Rusia. La iniciativa, impulsada por el expresidente Donald Trump y respaldada por altos funcionarios estadounidenses, plantea un plan de 28 puntos que busca un acuerdo definitivo, pero ha encontrado un muro infranqueable en Moscú.
El 26 de noviembre, el viceministro ruso de Exteriores, Sergei Riabkov, descartó cualquier concesión por parte de Rusia en las negociaciones, enfatizando que Moscú está dispuesto a alcanzar sus objetivos, preferentemente por medios diplomáticos, pero sin ceder terreno. Esta postura fue refrendada por el presidente Vladimir Putin, quien destacó que Estados Unidos comprende la complejidad del conflicto, pero no mostró señales de flexibilización.
Por un lado, Washington ha desplegado lo que denomina una "diplomacia itinerante": funcionarios estadounidenses, incluyendo al enviado especial Steve Witkoff y al yerno de Trump, Jared Kushner, han sostenido reuniones consecutivas con delegaciones ucranianas en Miami y con representantes rusos en Moscú. La portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, expresó optimismo sobre una resolución próxima, destacando el refinamiento de los puntos esenciales del plan y la voluntad de diálogo igualitario con ambas partes.
Por otro lado, Moscú mantiene una línea firme. Riabkov subrayó que no hay espacio para "concesiones o rendición" y que el foco está en la voluntad política para aplicar los entendimientos alcanzados en la cumbre de Anchorage en 2025 entre Putin y Trump. "Nuestra posición ha sido muy consistente desde el inicio", afirmó, señalando que el plan aborda las causas profundas del conflicto, pero sin ceder en los objetivos estratégicos rusos.
Las reacciones internacionales reflejan la tensión inherente a este pulso diplomático. Mientras Estados Unidos busca capitalizar un momento de desgaste mutuo para avanzar hacia una solución, expertos en relaciones internacionales advierten que la negativa rusa podría prolongar la guerra o incluso intensificarla.
Desde la sociedad civil ucraniana, el escepticismo predomina. Algunos sectores ven la propuesta estadounidense con reservas, temiendo que pueda implicar concesiones territoriales o políticas que comprometan la soberanía nacional. En Rusia, la narrativa oficial sostiene que el país defiende sus intereses legítimos y que cualquier acuerdo debe reflejar ese equilibrio.
Este episodio confirma que el conflicto ucraniano, lejos de resolverse con rapidez, se ha transformado en un enfrentamiento de voluntades donde la diplomacia es al mismo tiempo herramienta y campo de batalla. La propuesta de paz estadounidense, aunque avanzada y con un respaldo político notable, enfrenta la intransigencia rusa que no está dispuesta a ceder en sus demandas.
La paradoja es que, mientras Washington se muestra optimista y apuesta por el diálogo directo con ambos bandos, Moscú insiste en que solo aceptará soluciones que no impliquen concesiones, reafirmando su estrategia de largo plazo.
En definitiva, la historia que se despliega ante nuestros ojos no es solo la de un conflicto armado, sino la de una lucha diplomática que pone en jaque la estabilidad europea y el orden internacional. El desenlace, por ahora, sigue siendo incierto, pero las piezas están sobre la mesa y los actores, firmes en sus posiciones, se preparan para la próxima jugada en este coliseo global.