
Hace medio siglo que Francisco Franco murió, pero su sombra sigue alargándose sobre España. El 20 de noviembre de 1975, el dictador falleció tras cuatro décadas de un régimen que marcó profundamente la historia contemporánea española. Sin embargo, lejos de cerrarse el capítulo, la figura de Franco continúa siendo un campo de batalla político, social y cultural, donde el pasado se disputa con intensidad y las heridas no terminan de cicatrizar.
Historiadores como Paul Preston y Giles Tremlett coinciden en que Franco no fue un líder carismático ni un ideólogo con un plan político definido. Su poder se basó en la victoria militar y el control férreo de la sociedad, más que en un proyecto ideológico claro. Tremlett lo describe como un dictador militar, con rasgos similares a los de Pinochet, obsesionado con la purificación del país y la eliminación de opositores, llegando a ordenar fusilamientos masivos incluso tras la guerra civil.Durante la posguerra, se calcula que mandó ejecutar a unas 20.000 personas.
Franco, según Julián Casanova, emergió en un contexto de crisis profunda, donde las soluciones radicales encontraron eco en la sociedad. Su régimen se sustentó en la idea de salvar a España del comunismo, el separatismo y la masonería, con el respaldo de la Iglesia Católica y un aparato represivo implacable.
A pesar de los avances historiográficos, el debate público sobre la dictadura sigue siendo esquivo y conflictivo. Casanova señala que la polarización, las memorias divididas y los usos políticos de la historia dificultan un diálogo sosegado. La conmemoración del 50 aniversario ha reavivado tensiones, pero también ha evidenciado que el franquismo no es un tema cerrado en la sociedad española.
Giles Tremlett subraya el miedo que persiste para abordar el franquismo y la guerra civil, un silencio impuesto que refleja la conformidad forzada y la apatía política cultivada durante cuarenta años de dictadura. Esta herencia, sostiene, todavía condiciona la cultura política española.
Un fenómeno preocupante es el resurgimiento de la extrema derecha, representada en España por partidos como Vox, que impulsa narrativas revisionistas que relativizan o justifican la dictadura. Según Paul Preston y Antonio Cazorla Sánchez, este fenómeno se enmarca en un desencanto global con la democracia y en la crisis del pensamiento crítico en la era digital.
Encuestas recientes del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) revelan que más del 20% de los españoles considera que los años de la dictadura fueron "buenos" o "muy buenos", un porcentaje que se mantiene desde la muerte de Franco. Este dato inquieta, especialmente porque entre los jóvenes de 18 a 24 años, que no vivieron la represión, hay un mayor porcentaje que valora negativamente la democracia frente a la dictadura.
La dictadura franquista dejó una España dividida, con miles de víctimas aún desaparecidas en cunetas y fosas comunes. Su régimen instauró un modelo autoritario que moldeó no solo las instituciones, sino también las actitudes sociales hacia la política y la memoria histórica.
El miedo a enfrentar este pasado, la persistencia de mitos y la instrumentalización política han impedido un consenso nacional sobre el franquismo. La democracia española convive con esta herencia, que se refleja en la fragmentación política y en la presencia activa de movimientos ultranacionalistas y reaccionarios.
El recuerdo del franquismo debería ser una vacuna contra el autoritarismo, pero en un mundo saturado de información y con crisis educativas, esta lección se vuelve frágil. La historia, con sus complejidades y contradicciones, sigue siendo un campo de batalla donde se juega la salud democrática de España.
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Fuentes: entrevistas y análisis de Paul Preston, Julián Casanova, Giles Tremlett y Antonio Cazorla Sánchez publicados en La Tercera (2025); encuesta CIS (2025).