
El reciente ataque incendiario en Contulmo, que dejó a nueve maquinarias forestales consumidas por las llamas, ha desatado una serie de reacciones que van más allá de la simple noticia. El Ministerio Público ha invocado la Ley Antiterrorista para formalizar a dos detenidos, una decisión que ha suscitado debates sobre el contexto y las implicaciones de este tipo de legislación en un país donde los conflictos territoriales son cada vez más visibles.
El atentado, perpetrado el 13 de noviembre de 2025, fue adjudicado por el grupo Weichan Auka Mapu (WAM), que en una pancarta dejada en el lugar del ataque, exigió la libertad de Luis Tranamil, un líder mapuche que se encuentra en prisión. Este hecho no es aislado; la fiscal regional, Marcela Cartagena, ha señalado que al menos doce personas armadas participaron en la acción, lo que sugiere una organización concertada detrás del ataque.
La decisión de aplicar la Ley Antiterrorista ha sido interpretada de diversas maneras. Para algunos sectores, representa una respuesta necesaria ante un fenómeno que ha escalado en violencia y que pone en riesgo tanto a trabajadores como a la propiedad privada. Otros, sin embargo, ven en esta medida un exceso de fuerza que podría agravar aún más la situación, pues muchos consideran que el uso de esta ley puede deslegitimar las demandas sociales y territoriales del pueblo mapuche.
Desde la perspectiva de los defensores de los derechos humanos, la aplicación de la Ley Antiterrorista podría ser vista como una herramienta que criminaliza la protesta social y que, en lugar de resolver conflictos, los profundiza. "La violencia no es la solución, pero la represión tampoco lo es", ha afirmado uno de los líderes comunitarios que se ha manifestado en contra de la criminalización del movimiento mapuche.
La investigación, que tiene un plazo de diez meses, buscará verificar la vinculación de los detenidos con el grupo WAM y determinar si efectivamente se trata de un acto terrorista. Las consecuencias de este ataque, y la forma en que las autoridades decidan manejar la situación, podrían tener un impacto significativo en la relación entre el Estado y las comunidades indígenas, así como en el clima social en la región del Biobío.
Con el trasfondo de un conflicto que ha durado décadas, la situación en Contulmo es un claro reflejo de las tensiones que persisten en Chile. La forma en que se aborde este caso podría sentar un precedente importante para futuros enfrentamientos entre el Estado y las comunidades que buscan reivindicar sus derechos. El desafío está planteado: ¿cómo se logra un equilibrio entre la seguridad pública y el respeto a los derechos de las comunidades históricamente marginadas? La respuesta a esta pregunta podría definir el rumbo de la política social y territorial en el país.