
En un giro que pocos anticiparon con tanta claridad, desde abril de 2025, las regiones de Aysén y Magallanes dejaron atrás el cambio de hora tradicional en Chile continental, adoptando de manera permanente el horario de verano (UTC-3). Esta decisión, oficializada por decreto gubernamental y respaldada por un 94% de aprobación ciudadana en Aysén, ha desatado un verdadero coliseo de percepciones, efectos y debates que, con el paso de los meses, muestran una realidad compleja y multifacética.
El cambio se originó en la prolongada discusión sobre los beneficios y perjuicios del horario estacional en zonas extremas del país. La región de Magallanes ya había adoptado esta medida en 2017, y Aysén siguió sus pasos tras un proceso consultivo intenso y con fuerte respaldo local. "Queríamos que nuestros días tuvieran más luz en las horas útiles, para mejorar la calidad de vida y la seguridad", explicó un representante de la Delegación Presidencial Regional de Aysén.
El decreto firmado en marzo de 2025 oficializó este huso horario único para ambas regiones, eliminando la necesidad de adelantar o atrasar relojes en abril y septiembre, como ocurre en el resto del país.
En el plano político, la medida ha sido celebrada por sectores regionalistas y algunos partidos de izquierda que ven en ella un avance hacia la descentralización efectiva y el reconocimiento de las particularidades territoriales. Sin embargo, desde la derecha y algunos sectores técnicos del Gobierno central, la medida ha sido criticada por generar una fragmentación horaria que complica la coordinación nacional.
"Chile necesita un horario unificado para optimizar la productividad y la coordinación logística en todo el país", argumentó un vocero de la oposición.
La experiencia vivida en estos ocho meses muestra un paisaje mixto. Por un lado, los habitantes de Aysén y Magallanes reportan mejoras en su rutina diaria: más horas de luz en la tarde favorecen actividades recreativas y reducen accidentes de tránsito. Por otro lado, sectores productivos vinculados al comercio nacional y la logística enfrentan desafíos para sincronizar operaciones con el resto del país.
Expertos en salud pública advierten que la medida puede tener efectos positivos en la salud mental, al favorecer la exposición a la luz natural, pero también llaman a monitorear posibles trastornos en la adaptación biológica, especialmente en escolares y trabajadores con horarios rígidos.
La población no es homogénea en su evaluación. Mientras muchos celebran la estabilidad horaria y la sensación de días más largos, otros expresan inquietudes por la desconexión con Santiago y las regiones centrales. "Es como si viviéramos en otro país, se complica coordinar reuniones y llamadas", comenta una empresaria local.
A la luz de los hechos, es evidente que la adopción permanente del horario de verano en Aysén y Magallanes no es solo un ajuste técnico, sino un fenómeno que refleja tensiones profundas entre identidad regional y unidad nacional. La medida ha mejorado ciertos indicadores de bienestar local, pero ha introducido complejidades en la integración económica y social con el resto del territorio.
Este experimento temporal pone en evidencia que el tiempo, más que un dato objetivo, es un constructo social y político que puede ser moldeado para responder a necesidades diversas, aunque no sin costos y desafíos.
El futuro inmediato plantea interrogantes: ¿Podrá Chile encontrar un equilibrio entre uniformidad y diversidad horaria? ¿Se replicará esta experiencia en otras regiones? ¿Cómo se ajustarán las instituciones y las personas a esta nueva realidad?
Lo que queda claro es que el reloj no solo marca las horas, sino también las disputas y esperanzas de un país que busca sincronizar su desarrollo con la complejidad de su territorio.
2025-11-16
2025-11-14
2025-11-14