Un año después de la imposición de aranceles más altos por parte de Estados Unidos a vehículos importados, el mercado automotriz chileno enfrenta un escenario de ajustes complejos y consecuencias aún en desarrollo. Desde abril de 2025, Estados Unidos aplica un arancel adicional del 25% a la mayoría de autos importados, elevando la tasa total al 27,5% o más para ciertos países, como China, que llegó al 125%.
Los efectos inmediatos en Chile no fueron tan contundentes como algunos pronosticaron, pero la historia revela una trama de reacomodos estratégicos y tensiones latentes.
Diego Mendoza, secretario general de la Asociación Nacional Automotriz de Chile (Anac), explicó que 'los fabricantes han optado por cambiar el origen de fabricación de sus vehículos para evitar aranceles elevados, buscando mantener la competitividad en un mercado local altamente fragmentado y con más de 80 marcas presentes.' Esta estrategia ha significado un desvío en las cadenas de suministro hacia países con menores barreras arancelarias, evitando un impacto directo y sostenido en los precios finales para los consumidores chilenos.
Por su parte, el economista Aldo Lema advierte que, aunque 'los efectos sobre los precios serán mixtos y acotados, la mayor preocupación radica en las márgenes de las empresas y la posible consolidación del sector'. En efecto, la presión sobre los costos ha generado discusiones sobre fusiones, como la tentativa unión entre Nissan y Honda, y un ambiente de incertidumbre para fabricantes y distribuidores.
Desde sectores políticos más críticos a la globalización, la imposición de aranceles en EE.UU. se interpreta como un síntoma de un viraje proteccionista que podría afectar a Chile indirectamente, 'no solo por el comercio automotriz, sino por la ralentización del comercio global y la incertidumbre económica que esto genera'. En contraste, voces empresariales y gremiales chilenas insisten en que 'Chile no adoptará medidas arancelarias similares, manteniendo su compromiso con tratados internacionales y la apertura comercial.'
Esta divergencia refleja una tensión más amplia sobre el modelo económico chileno y su inserción en cadenas globales, donde las decisiones externas pueden golpear con fuerza, pero también donde la respuesta local no es unánime ni simple.
Desde la perspectiva de los consumidores, la expectativa inicial de un aumento abrupto en los precios de los vehículos importados se ha visto matizada por la realidad del mercado. Los precios han registrado fluctuaciones moderadas, más influenciadas por la volatilidad del tipo de cambio y la oferta de modelos que por un efecto directo de los aranceles. Sin embargo, existe una preocupación latente sobre el futuro, especialmente en un contexto donde la electromovilidad y la innovación tecnológica podrían alterar profundamente la estructura del mercado.
Este episodio confirma que las políticas comerciales de grandes potencias como Estados Unidos tienen un efecto indirecto pero palpable en economías abiertas y dependientes de importaciones, como la chilena. Sin embargo, la reacción local no ha sido una réplica automática, sino un proceso de adaptación y resistencia, marcado por:
- La reestructuración de cadenas de suministro para sortear barreras arancelarias.
- La presión sobre márgenes empresariales que puede acelerar fusiones o cierres.
- La persistencia del compromiso chileno con la apertura comercial, que limita la adopción de medidas proteccionistas locales.
Finalmente, la historia de los aranceles estadounidenses y su impacto en Chile es una lección sobre la complejidad de la globalización en el siglo XXI: un juego de ajedrez donde cada movimiento tiene consecuencias diferidas y donde los actores locales deben equilibrar entre adaptarse a las reglas impuestas y defender sus propios intereses.
Fuentes consultadas incluyen reportes de La Tercera, declaraciones de la Asociación Nacional Automotriz de Chile y análisis económicos de Aldo Lema.
2025-11-13